SAPITO - INDALECIO BENITO ROMANIEGA (Y AMIGOS)
En los primeros días en que estuvo ingresado, Inda escribía un cuento. Le gustaba hacerlo, aunque muchos no lo sabíais. Quería corregirlo y acabarlo para que lo publicara aquí, en este literario Redondal virtual que nació en una tertulia sobre libros en que participábamos ambos. No está muy retocado, y necesita pulirse, pero aquí está.
No le dio tiempo. La morfina y el estado nervioso de los últimos momentos no le permitieron volver a retomarlo.
Pero le apetecía verlo publicado. Pensé en acabarlo yo, pero después me planteé que cada uno de vosotros, que le conocíais y le queríais, le dierais una continuación y un final. Eso os propongo. Que me mandéis el final que pensáis que estaba en su cabeza, y yo lo pondré aquí, como nuestro homenaje. No hace falta hacerlo como profesionales, ninguno lo somos. Es la intención.
Creo que eso le habría gustado.
Y tú, lector que no conocías a Inda, si te apetece darle un final, estás invitado a hacerlo. No sabemos cuál sería la conclusión que él quería darle, pero alguno acertaremos, y si no, seguro que desde donde esté, si está, le gustará verlo.
Lo podéis dejar en los comentarios de esta misma entrada si os animáis, o enviármelo por el medio que sea.
En un verano tórrido y seco, donde los rayos de sol eran saetas ardientes, iba caminando pesada y dolorosamente un sapito extraviado arañando su barriguita, tremendamente lacerada contra el áspero suelo.
No muy lejos le pareció ver una charca ¿sería un espejismo? Sapito se decidió rápidamente, pues no le quedaban muchas opciones, y con las escasas fuerzas que le quedaban corrió hacia ella todo lo rápido que pudo. Al llegar al borde se precipitó al agua de un gran salto.
Lo primero que hizo fue observar qué podía haber en la charca. De repente, oyó una voz estridente:
¡Oye tú! ¿qué haces aquí? ¿No has visto que esta es una charca de ranas? Y yo soy la Reina. Te ordeno que te vayas, no es para para compartirla con ningún feo sapo.
Sapito comenzó a relatarle todas las vicisitudes que había pasado. La reina rana se apiadó de él y le permitió quedarse, pero con la promesa de que con las primeras lluvias se iría.
Ya cobijado en la charca, las ranitas no se acercaban a él, pero Sapito había estado observando qué había entre los juncos, nenúfares, narcisos y otras florecillas flotantes fosforescentes como el destello del sol en un espejo sobre el agua, y veía que le observaban unos ojos tímidos, indagadores…
Se acercó con cuidado a la reina rana. No quería contrariarla con su presencia, pero con el paso de los días la soledad le pesaba, y necesitaba entablar conversación:
Vives sola en esta charca?
No, vivo con otras ranas
¿No te gustaría presentarme a tu gente?
Se irán presentando ellas solas, no son tan tímidas como aparentan. Es que eres diferente.
Poco a poco empezó a conversar con el resto de ranitas que habitaban en la charca, y si bien al principio se mostraban recelosas, fueron tomando confianza con Sapito hasta considerarle uno de ellas pese a ser tan diferentes y doblarlas en tamaño.
Llegó la época de lluvias…
Indalecio Benito Romaniega (inacabado)
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